¡Quiero comerme tu páncreas!
23 diciembre, 2019 / 5817
“Antiguamente, si alguien estaba mal del hígado, comía hígado. Si estaba mal de las tripas, comía tripas. Se ve que estaban convencidos de que así se curarían. Pero supongo que nadie me dejaría que me comiera el suyo… […] ¡Quiero comerme tu páncreas!”
No, no es una manera muy habitual de empezar, o casi, una película: este fragmento sucede pasados no muchos minutos del principio. Pero seamos sinceros, sin leerse uno la sinopsis, el título te deja totalmente descolocado y sin saber mucho qué esperar (¿salvo quizás un poco de locura?), así que no tardan en dar el por qué del nombre.
Pero antes de hablar de “Quiero comerme tu páncreas”, hablemos de quién hay detrás.
Se trata del primer largometraje de Shin’ochirô Ushijima. Este director nacido en la prefectura de Fukuoka y de edad desconocida (he sido incapaz de dar con un año de nacimiento, qué misterioso Ushijima-san…) estudió diseño en la universidad de… Los Ángeles. Toma ya. Al finalizar sus estudios entró a formar parte de Madhouse USA como animador.
Hasta ahora había ejercido de director de algún capítulo de series como One Punch Man, Death Parade, Hunter X Hunter o se había encargado del departamento de arte de la producción My love Story. Todo esto en 2015. Quiero comerme tu páncreas (2018) es el primer largometraje que además de dirigir, escribe y se encarga del arte.
El estudio tras esta obra no tiene una trayectoria mucho más longeva. Studio Voln es fundado en el 2014 por Mita Keiji, que había estado trabajando en Madhouse. Desde entonces las obras del estudio han sido: Ushio and Tori, Karakuri Circus, Idol Incidents y Usuzumizakura: Garo.
Y entonces llega este largometraje basado en la novela de mismo nombre escrita por Yoru Sumino. La obra contaba ya con una adaptación al manga (2016-2017) y una película de live-action (2017). Así que tenían cierta seguridad de que era una historia que había tenido buena acogida entre el público previamente. Y no ha sido distinto con la versión animada.
Distribuido de la mano de Aniplex, se plantan en el festival Scotland Loves Anime y se llevan el Premio del Público. Visitan Sitges y son nominados a mejor largometraje del Anima’t Award (premio que se lleva la entrañable Mirai no mirai, echadle un ojo al post que aquí publicamos sobre ella). Las críticas son muy positivas y abalan sobre todo la fidelidad respecto a la novela.
Vale, muy bien, fantástico Jezabel. ¿Pero nos vas a hablar ya de la película o no? Pues sí, ha llegado el momento.
La película presenta ese tándem de caracteres en sus protagonistas que tan bien suelen funcionar: el personaje un poco descerebrado, alocado, siempre alegre y en apariencia inconsciente y que no se calla nunca; y el otro reservado, sin amigos, silencioso y como él mismo se define “introvertido y con mucho mundo interior”.
Imaginaos la típica mosca cojonera que insiste en revolotear a tu alrededor mientras intentas leer en paz una novela. Lanzas un manotazo. No para. Y otro. Y otro. Y otro. Así son los primeros minutos de estos dos. Ella insiste, él le demuestra lo más secamente que puede que quiere que lo deje solo y tranquilo. Al final, por aburrimiento y puede que tras algo de chantaje emocional por parte de ella, le sigue el rollo y se deja arrastrar a su imprevisible manera de vivir.
¿Alguna vez os habéis topado con esa gente que parece moverse como por impulsos, que suelen relacionarse con simpatía con los demás, se ríen de verdad y viven en general un poco a lo loco? ¿Ese tipo de gente que no hace listas de tareas que hacer, que tienden a ser despistados y que tienen un carisma arrollador capaz de llevarse por delante a cualquiera? Así es Sakura y ante el maremoto que supone su personalidad y su manera de hacer, poco puede hacer el chico que se ve arrastrado por sus olas y alejado de la orilla que suponía su zona de confort.
Si bien la película y la protagonista no pierden nunca de vista su situación, los momentos dramáticos y emotivos en los primeros ¾ de la película son puntuales. La historia y ella son una oda al carpe diem. Con lista de cosas que hacer antes de, incluida. En esta línea va también la fotografía en la que abundan los colores vivos, solo con momentos puntuales más oscuros con momentos de lluvia o noche. E incluso durante la noche puede haber color y vida, porque ¡bingo! ¿Acaso podían faltar los fuegos artificiales en esta película? ¡De ninguna manera! Y sirven para romper un momento más serio y de tensión y devolver a sus protagonistas y al espectador a la vida con la sonora explosión de colores en el cielo.
Hay escenas en la película de esas que te recuerdan los problemas y carencias en materia afectiva que parece padecer la sociedad japonesa. Observas una escena y te da toda la sensación de que es un chico de 17 años que en la vida ha dado un abrazo, casi ni sabe qué es o cómo hacerlo. O que crea que debe pedir permiso para llorar ante un evento triste. Porque el protagonista, del que nos ocultan su nombre casi hasta el final, es el típico muchacho japonés introvertido no, lo siguiente. Un chico que tiene como afición leer e imaginar qué deben pensar los demás de él. No lo imagina, lo presupone. Algo por lo que Sakura le regaña. Y ese es uno de los infantiles y autodefensivos motivos por el que vais a tener que ver toda la película: para descubrir el nombre del chico. Él cree que si alguien lo pronuncia, sabrá qué está pensando sobre ellos. Hablando un poco más de aspectos sociales, ríete tú cuando Sakura dice que sus padres están muy encima de ella debido a su situación. A la madre no la veréis hasta ese último ¼ de película, al padre y ¡hermano!, (tenía un hermano y ni lo sabíamos!) tan solo aparecen en un recuerdo durante unos segundos. Así que encima, encima, no demasiado. La chica lo que tiene es una mejor amiga muy sentida también, a su estilo y todo lo contrario de él.
Se encara la última parte de la película, ese ¼ final, con todo el pescado vendido ya, ves que esos polos opuestos que con tanta risa repetía Sakura, se han apoyado el uno a otro. A él le ha roto el caparazón y los esquemas demostrándole que hay cosas fuera de los libros que merecen la pena. Y ella ha tenido lo que ha querido y ha podido disfrutarlo gracias a ese inesperado acompañante.
La película se reserva un girito argumental que te hace maldecir a San Pito Pato y quién se lo inventara. Señores, iban bien con la película, me parece crueldad en extremo esa situación. No hacía falta, pero emocionalmente, sí entiendo que quisieran romper lo que esperábamos para acabar de tumbar las defensas del chico.
Al final, los nombres de los protagonistas son el último juego de palabras que destinaba a estos dos adolescentes tan distintos a compartir parte de su camino. Un detalle que demuestra el mimo por la historia de su autor, el de la novela, cuidando detalles como los nombres de sus protagonistas.
Aunque su título suene a descabellado, “Quiero comerme tu páncreas” es un camino de descubrimiento, no exento de dolor porque el cambio muchas veces duele aunque sea para mejor. Uno en el que nos invita a aprovechar las oportunidades por locas que puedan ser y más si aparecen inesperadamente. Y porqué no, nos invita a vivir y a aceptar que las cosas no siempre serán cómo esperamos y eso no tiene por qué ser siempre malo.
Os dejo el trailer de la película por si os llama la atención y queréis echarle un vistazo: