Leyendas japonesas II: Kaguya-hime
22 marzo, 2016 / 11814
Cuenta una antigua leyenda japonesa que hace mucho, mucho tiempo, existió un anciano que cosechaba bambú cuyo nombre respondía al de Taketori no Okina (el anciano cortador bambú).
Un buen día, mientras paseaba por el bosque en busca de hermosos tallos de bambú con los que ganarse el sustento, vio algo brillar a lo lejos. El anciano, empujado por la curiosidad, se acercó hasta el fondo del bosque para descubrir un tallo de bambú que brillaba con un extraño fulgor. Cual no sería su sorpresa cuando al proceder a cortar el tallo, halló en su interior a una niña del tamaño de un dedo pulgar, envuelta en finos ropajes y cuyo cabello brillaba con un extraño resplandor plateado. El anciano, tomó a la niña entre sus manos y la llevó a su casa, donde él y su esposa la bautizaron con el nombre de Kaguya-hime (輝夜姫, Princesa de la luz brillante o Princesa de la noche radiante) por sus hermosos y extraños cabellos. La consideraron un regalo de los dioses y la criaron como a su propia hija, ya que los hados no les habían concedido descendencia alguna.
Kaguya-hime creció feliz y nunca le faltó nada, pues desde que vivía con la pareja de ancianos, cada vez que Taketori no okina cortaba un tallo de bambú, encontraba en su interior pepitas de oro.
Transcurrieron los años y la niña se convirtió en una hermosa joven. La fama de su belleza era tal, que se extendió rápidamente por todo el reino hasta el punto de que muy pronto infinidad de pretendientes acudieron a la morada de Taketori no okina para pedirle la mano de su hija. Sin embargo, Kaguya-hime, los rechazaba sistemáticamente a todos y estos volvían desanimados a sus casas. Todos, salvo cinco nobles de la más alta alcurnia que persistieron en su empeño: el príncipe Ishitsukuri, el príncipe Kuramochi, el ministro Abe no Miushi , el gran consejero Ootomo no Miyuki y el segundo consejero Isonokami no Marotari.
Aunque la princesa siquiera consideró la posibilidad de contraer matrimonio, ellos no desfallecieron y lograron convencer a Taketori para que intercediese ante su hija y escogiera a uno. Como no quería decepcionar a su padre, Kaguya-hime decidió someterlos a inverosímiles pruebas, encargándoles a cada uno un objeto, a cual más extraño e inalcanzable y les comunicó que se casaría con aquel que consiguiera completar la ardua búsqueda.
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El primero, debería traerle el cuenco de piedra con el cual el mismísimo Buda se dedicó a mendigar en sus viajes por la India.
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Al segundo, le encargó una legendaria rama de oro y plata de la que brotaban piedras preciosas y que se hallaba exclusivamente en un árbol del monte Hōrai (lugar místico heredado del Monte Penglai de la mitología china, considerado sagrado para los budistas).
El tercero, tenía que buscar la túnica hecha con el pelo del legendario ratón de fuego, que dicen se hallaba en China.
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Al cuarto, le correspondía recuperar la joya de diferentes colores que adornaba el cuello de un temible dragón.
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Finalmente y como última petición, el quinto pretendiente debería encontrar una concha preciosa de koyasugai (mítico talismán de la fertilidad) que sólo se hallaba en los nidos de ciertas golondrinas.
Dictados los deseos de la muchacha, los cinco pretendientes, partieron en una singular búsqueda a sus respectivos viajes.
Tras pasar el tiempo y viendo que la tarea encomendada por ésta resultaba imposible, el primer pretendiente que era un perezoso incontenible, en lugar de viajar a la India, pagó una gran suma por un cuenco que halló en un templo de Kyoto. Posteriormente, lo mandó a la princesa junto con una carta donde relataba los grandes riesgos que había sufrido en su viaje. Extrañada de que hubiera regresado con tanta celeridad, aunque ilusionada ante aquella importante reliquia, la princesa abrió el presente. Pero en cuanto lo vio, se dio cuenta de que el cuenco no resplandecía con la luz sagrada propia del cuenco de Buda y se lo devolvió decepcionada al príncipe, quien lo guardó desde entonces como recordatorio de que no se podía esperar nada bueno del mundo si no estabas dispuesto a trabajar por ello.
-¿No sería un engaño nuestro amor si intentas comprarlo con argucias? Éste no es el santo cuenco de Buda, sino un simple plato adornado, ¿no ves acaso que carece de su luz santa?-, añadió la princesa.
El segundo príncipe, volvió al cabo de tres años sucio y con sus ropas desgastadas, pero con una hermosísima rama de oro y joyas, tal y como había pedido la princesa. A continuación relató cómo había llevado a cabo un viaje plagado de peligros y privaciones en el que casi pierde la vida. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Kaguya-hime al imaginar el sufrimiento que había hecho pasar al joven, cuando de repente fueron interrumpidos por seis orfebres que buscaban al príncipe reclamando el pago por los tres años que habían pasado escondidos a su servicio elaborando la rama. Avergonzado, el joven se marchó fuera del país para no volver, mientras que la princesa devolvía la rama a los artesanos al tiempo que les pagaba por su trabajo.
El tercero, a quien se le había pedido la túnica de pelo del ratón de fuego, ofreció una gran cantidad de dinero a algunos comerciantes que iban a China y estos le trajeron una vistosa piel que según ellos, pertenecía al mítico ratón. Cuando se la llevó a la princesa, ella afirmó:
-Realmente es una piel muy fina. Pero según la leyenda, el pelo del ratón de fuego no arde ni siquiera cuando se echa al fuego, así que comprobémoslo-. Entonces, la princesa tiró la piel al fuego y ésta se convirtió en cenizas, por lo que el joven abandonó la habitación cabizbajo.
En cuanto a los dos hombres restantes, perecieron intentando hallar los tesoros que la princesa les había solicitado como prenda de amor.
Impresionado ante las historias que se contaban acerca de sus pretendientes, el propio emperador (o mikado) de Japón, se interesó por la belleza de la muchacha y partió sin demora para comprobar si su leyenda era cierta. En cuanto puso sus ojos sobre Kaguya, el emperador quedó prendado de la joven y le pidió que se casara con él y se fuera a vivir a su palacio. Mas aunque él no se había sometido a las mismas pruebas que los demás, la princesa lo rechazó con tristeza:
-Aunque no dudo de que vuestro amor es sincero, jamás podría casarme con vos, pues no pertenezco a este mundo… algún día habré de partir y no quisiera veros sufrir-.
A pesar de estas palabras, el emperador continuaba insistiendo cada día para ablandar el corazón de la princesa y convertirla así en su esposa.
Durante ese verano, cada vez que Kaguya-hime contemplaba la luna, la melancolía se adueñaba de ella y sus ojos se le llenaban de lágrimas (en aquella época mirar a la luna estaba considerado tabú por atraer la mala suerte, pues para la mitología japonesa es un astro un tanto siniestro. Nada que ver con la romántica tradición occidental), y aunque sus ancianos padres estaban muy preocupados e intentaron averiguar qué le ocurría, la princesa guardaba silencio. Cada día que pasaba, su afable carácter se iba ensombreciendo más y más, hasta que acabó sumiéndose en una profunda tristeza. Los días pasaron y en la víspera de la luna llena de mediados de agosto, la princesa confesó entre lágrimas:
-Amados padres, hace tiempo un mensajero me comunicó una triste noticia. En realidad, yo no pertenezco a este mundo, sino al Reino Celestial, de donde fui arrancada de brazos de mi madre para protegerme de una batalla que allí se libraba. Es por eso que no podía aceptar en matrimonio al emperador y debo despedirme de vosotros con gran pesar. En mi corazón siempre tendréis mi agradecimiento, pues durante todo este tiempo, he aprendido a amar este mundo y a vosotros que tan bien me habéis tratado desde que me encontrastéis. Así pues, en la próxima luna llena vendrán a buscarme para llevarme de vuelta al Reino de la Luna-.
Los ancianos trataron de convencerla de que no partiera, pero ella contestó que debía hacerlo. Desesperado, su padre avisó al emperador, que no tardó en mandar a miles de sus mejores guerreros para velar la casa y proteger a Kaguya-hime. Llegada la temida noche, la luna surgió más brillante que nunca, ascendiendo lentamente bajo la atenta mirada de los guerreros, que esperaban con las armaduras dispuestas, las espadas desenvainadas y las flechas en los arcos. Cuando el astro alcanzó su cenit, se hizo visible el Puente de las hadas o Amenoukihashi (puente flotante de los cielos) que existe entre el Cielo y la Tierra, mientras un cortejo de soldados de brillante armadura, bajaba de las alturas. En cuanto fueron bañados por la inmensa luz que desprendían los seres celestiales, los guardianes quedaron paralizados, observando inmóviles como los habitantes de la Luna se acercaban a la casa.
Pese a las súplicas del viejo cortador de bambú para que no se llevaran a su hija, el rey de la Luna, aludió:
–Sabemos del buen trato que han dado a la princesa, y les hemos recompensado por ello enviándoles riqueza y prosperidad en forma de pepitas de oro dentro de los tallos de bambú. Pero los días de Kaguya-hime en la Tierra han llegando a su fin y debemos partir hacia nuestro hogar-.
La princesa se despidió de sus padres en la Tierra y les dijo que no era su voluntad abandonarlos, pero que la recordaran siempre cuando mirasen a la luna. Entonces, se quitó la capa bordada que llevaba sobre los hombros, y se la dio como recuerdo para que nunca la olvidaran.
A pesar de la impaciencia de los mensajeros celestiales y jinetes, Kaguya-hime escribió distintas cartas a todos sus amigos para despedirse de ellos. Tampoco quiso olvidarse de su buen amigo el emperador, a quien junto a una hermosa carta de despedida, mandó también un frasco con el elixir de la inmortalidad. A continuación, las hadas de la luna colocaron sobre los hombros de la princesa un manto mágico de brillantes plumas, blancas como la nieve, con el cual se borraron todos los recuerdos de su vida en la Tierra. De este modo, se convirtió de nuevo en la inmortal Princesa de la Luna y regresó hacia su hogar celestial en Tsuki-no-Miyakov (la Ciudad de la Luna).
Tras la triste partida y habiendo recibido la carta de Kaguya-hime, el desolado emperador preguntó entre lágrimas a sus siervos:
-Decidme, ¿cuál es la montaña de nuestro país que más cerca se encuentra del cielo?-
-La gran montaña que hay en la provincia de Suruga es el lugar más cercano al cielo, tanto que apenas se puede distinguir entre las nubes-, respondió uno de ellos.
De inmediato, el emperador escribió una carta y envió un ejército de guerreros imperiales a la cumbre de aquella montaña con la misión de quemar su carta para que al ascender al cielo, el humo sirviera como mensaje de despedida de aquella que había robado su corazón y ahora se hallaba tan lejana en su Reino Celestial. Junto a la carta, el emperador también ordenó quemar el frasco del elixir de la inmortalidad, pues no deseaba vivir por siempre sin poder ver a Kaguya-hime.
Desde entonces, la montaña recibe el nombre de Monte de la Inmortalidad y es conocida en japonés como Monte Fuji (不死). También dicen que el kanji de montaña, 富士山 (literalmente “montaña donde abundan los guerreros”), deriva del ejército del emperador ascendiendo por la ladera de la montaña para llevar a cabo su orden. Cuentan las leyendas, que cuando aún permanecía activo en la antigüedad, el humo que podía observarse ascendiendo hacia el cielo desde el Monte Fuji, pertenecía a los restos del mensaje del emperador que no había perdido la esperanza de que la princesa recibiera el mensaje y volviese a la tierra al recordar a su amado emperador.
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Existe otro final alternativo y más escabroso que relata la siguiente historia:
Pasados los años, cayó de los cielos el manto mágico de plumas blancas que las hadas de la Luna dieron a la princesa Kaguya. Un monje llamado Miatsu que pasaba por allí, se enteró de la historia de la princesa y fue a ver al emperador para decirle que si alguna vez la luna llena aparecía más de lo que era habitual, llevara la capa al Monte Fuji y la quemara.
Cuando el emperador preguntó la razón, el monje contestó que la princesa Kaguya, había recibido la carta que él quemó tiempo atrás, y que se sentía molesta por no haber podido permanecer en el planeta. Por eso, había decidido convertir la Tierra en un lugar similar a la Luna: sin espacio ni tiempo, sumida en una noche eterna, para así poder regresar.
El emperador pidió al monje que encerrase a Kaguya-hime en un lugar del cual jamás pudiera escapar. Miatsu así lo hizo, y confinó a la princesa en un espejo del palacio (a partir de ese momento, conocido como Espejo de la Vida o Espejo de la Luna), junto a los cinco objetos que ella pidió a sus pretendientes y que serían empleados como llaves de apertura del portal entre la Luna y la Tierra. De esta forma, la humanidad permanecería a salvo del poder de la princesa.
Finalmente, el manto mágico de Kaguya-hime, fue entregado a una familia ancestral cuyos miembros tenían fama de poseer poderes espirituales. Mas la princesa se enteró de todo por medio de un sirviente del palacio que estaba encargado del cuidado el espejo que la mantenía cautiva del hechizo, y le pidió al Rey de la Luna que hiciera que del Monte Fuji cayera fuego y lava. Así se hizo, y tomando la furia de la princesa como componente principal, el rey creó un volcán que no hizo erupción puesto que la rabia de la princesa no era suficiente. Desde entonces las erupciones del Monte Fuji (pocas en la historia), han sido violentas debido a la furia acumulada de Kaguya-hime.
– FIN –
Curiosidades:
* El cortador de bambú recibe también el nombre de Sanuki No Miyatsuko. Asimismo, a Kaguya-hime se la conoce además por Nayotake No Kaguyahime (la Princesa Resplandeciente del Flexible Bambú).
* La historia del cortador de bambú y Kaguya-hime está considerada como el relato narrativo más antiguo del folklore japonés, y un ejemplo muy temprano de lo que podría llamarse «proto-ciencia ficción».
* Este cuento presenta bastantes similitudes con un antiguo relato tibetano, Banzhu Guniang (班竹姑娘).
* El Monte Fuji es una montaña bella, aunque peligrosa, ya que se trata de un volcán activo, actualmente en reposo, que a lo largo de la historia ha sufrido varias erupciones violentas. La última de ellas tuvo lugar en 1707, en pleno periodo Edo, y desde entonces permanece en estado latente y continuamente monitorizado. Se ha calculado que su ciclo eruptivo es de unos 300 años, por lo que, en teoría, podría entrar de nuevo en erupción en cualquier momento. Su nombre correcto en japonés es Fuji-san 富士山, a pesar de que en España se ha popularizado la pronunciación Fujiyama. Este, es un error muy común debido a una lectura errónea del kanji de «montaña» 山, que se pronuncia san en chino y yama en japonés. Como el nombre del volcán es un compuesto de varios kanji, lo normal es que se lean todos con su pronunciación de origen chino, como ha de hacerse también en este caso.
* En 1987, la historia de Kaguya-hime fue adaptada al cine en el largometraje La princesa de la luna, dirigido por Kon Ichikawa. Asimismo, existen numerosas referencias en títulos como Doraemon y Sailor Moon, sin olvidar canciones, videojuegos y series de televisión. Un ejemplo es el episodio de la serie Tokusatsu Gougou Sentai Boukenger, basado en la leyenda de la princesa Kaguya. O sin ir más lejos y trasladándonos al universo Ghibli, descubrimos el embrión de lo que sucedería 14 años después: Mis vecinos los Yamada, con el alumbramiento de Nonoko a modo de guiño a la leyenda de la princesa Kaguya.
Pero el principal motivo de este post, más allá de las curiosidades que envuelven a esta leyenda, no es otro que el reciente estreno en España de Kaguya-hime no monogatari, la última película de Isao Takahata. Un deleite para los sentidos que os invito a disfrutar, delicada y subyugante, como el sakura bajo el que danza su protagonista. No en vano, si tenemos en cuenta la simbología de dicha flor, sabremos que es representante de lo efímero de la vida y de la belleza, pues su periodo de floración es tan breve como hermoso. También guarda relación con la inocencia y la lealtad, así como con los encuentros y las despedidas. En el budismo, representa el ciclo de la vida, por lo que se asocia al renacer. Para los samuráis, era su emblema, ya que recordaba a las gotas de sangre vertidas en combate. Equiparable a la floración de las sakura, era el aguerrido espíritu samurái durante el fulgor de la lucha, pues no existía mayor honor para estos guerreros nipones que morir durante la misma, cuando aún se hallaban en su máximo esplendor. La efímera vida de las sakura, tan delicadas que con un hálito de brisa tapizan el suelo de suaves colores rosados y envuelven todo con su fragancia, al igual que el samurái que sucumbe en la batalla, no se marchitan ni envejecen. Una perfecta alegoría de la personalidad de Kaguya y de la obra que Takahata nos regala a todos aquellos que creemos en la magia del cine vista desde otros ojos.
Desde Expresión Otaku os recomiendo la lectura de la maravillosa reseña que Miguel Ángel Pizarro ha escrito sobre Kaguya-hime no Monogatari (Isao Takahata, 2013), así como el visionado del trailer en español: EL CUENTO DE LA PRINCESA KAGUYA – TRÁILER 1 VOSE – V. LARGA from Vértigo Films on Vimeo.